martes, mayo 02, 2006

Darío

Bruno Marcos
Nunca deja de tener tintes inquietantes la visita a casa de mis padres. Al aparcar el coche siempre hago algún gesto que delata que me siento en peligro: doblo el espejo retrovisor, miro a mi espalda varias veces. Es como si percibiera que aquel barrio fue un espacio no del todo pacífico, como si, de pronto, fueran a aparecer por la esquina Jano o Angelantonio, tal como eran hace 25 años, tan feos como malvados, aprovechando que no estaban por allí Arenillas o Alberto para protegerme.
El tiempo que viví en casa de mis padres después de ser niño, de vuelta de la ciudad de la rana en la calavera, la habitaba como a escondidas, jamás paseaba por el barrio, salía ya de anochecida y giraba raudo hacia el centro y, en dos pasos, la catedral me situaba en su órbita ya a salvo.
Hoy al volver vi, ya en las lindes de mi barrio, el coche de mi padre. Allí dormía como una antigüedad, empecinado en existir en medio del presente, como algo molesto, como un jarro de agua fría que trae de improviso hasta la calle todo un tiempo del que nadie quiere ya saber nada. La gente odia el pasado. Él, bajo el pretexto de su mal oído, me obliga a acompañarle a las ominosas revisiones anuales que demuestran que no es tan pasado, que el viejo auto está en perfecto estado para durar otros treinta años. Y, de regreso, navegando a una velocidad tan lenta que yo pensaba que era imposible que circulase un coche, me enseña que, cual un Orfeo del asfalto, hace que todo el flujo circulatorio se amolde a su paso, se mete por la autovía y, pudiendo adelantarle los demás conductores por el otro carril, prefieren seguirle, formar una cola pacífica en hora punta tras el anciano que, bajo sus manos, sostiene el tiempo.
Bajé la ventanilla del coche para que la primavera me azotara el rostro antes de que sus arañas asfixien mis pulmones y pensé en Darío, en cómo será su infancia, en que si todas las infancias de los chicos serán tan bélicas, tan competitivas como fue la mía, y esperé que no, pero luego cavilé que si su infancia no será como fue la mía resultaríamos personas muy distintas, que si yo le doy lo que quiero que tenga, tal vez, se construya una persona tan diferente a mí que nos haga ser dos extraños.
Luego, descendiendo por la rampa de la cochera, se me ocurrió escribir esto y me di cuenta de que yo mismo me había vedado la posibilidad de hablar de él en este blog, y, al apagar el motor, me dije a mí mismo que, quizás, era porque desde que supe que nacería empecé a escribirle sobre papel verjurado, en un cuaderno con un cordón rojo como marcapáginas y cubiertas rígidas que reproducen en relieve escritos de Goethe. Probablemente, me dije, es que no quería hablar sobre Darío sino que lo que deseaba era hablar con él.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

te pareces mucho a Ramiro.Me gustó el artículo que le dedicaste a él

mayo 03, 2006 2:15 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

me comenta Carolina que se va a llamar Darío ,que le va a dedicar un canción en la radio

mayo 03, 2006 2:17 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bruno nunca me miente me dijo C.

mayo 03, 2006 2:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

tener un hijo es reanudar el mundo

mayo 05, 2006 12:07 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Las personas viven mientras las recuerda alguien; pensar en privado de los que están por venir los preserva del mundo real.
Por otra parte, te recomiendo que recuerdes la canción de Serrat sobre como cargamos a los hijos "con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir" (...)

mayo 09, 2006 10:07 a. m.  

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